Si existe un Dios en este programa que conecta la música y el alcohol, su nombre es Tom Waits. En 1976 escribió la historia de un piano completamente borracho. Siempre que escucho esta canción, cierro los ojos y dejo que vengan imágenes en blanco y negro. Imágenes sin demasiado sentido y a la deriva, tropezándose con mis pensamientos, mirándome con una sonrisa cómplice.
Esta maravillosa pieza de nuestro amigo Waits, es la canción perfecta para un fin de fiesta, para la banda sonora de un paseo al amanecer de camino a la cama, la última canción para camareros a la hora del cierre, para emborrachar a nuestras orejas, para hacernos olvidar de aquella mirada que se cruzó en una noche loca de verano sin frenos.
Pero, sobre todo, siempre me suena a retirada nocturna, a la hora de cierre. Ese momento en que la barra es un desierto de vasos vacíos, de clientes dormidos sobre ella mojando sus cabellos con la mezcla de distintos licores que se acumularon durante toda la noche. Luego, las puertas se abrirán a una luz cegadora dejando salir el aire emborrachado del bar a una inmensa y sobria realidad.
Te hablo de ese momento donde todo cambia, cuando una noche de infinitas posibilidades se convierte de repente en una mañana de amarga reflexión. La voz gruñona y rugosa de Tom Waits simboliza la visión de un pianista de salón algo bebido que, con los ojos caídos, recorre la sala a la hora del cierre. Sus dedos se mueven de lado a lado del teclado sin el más mínimo cuidado, a la deriva.
El piano ha estado bebiendo, mi corbata está dormida
Y el combo volvió a New York, la jukebox tiene que mear
Y la alfombra necesita un corte de pelo
Y el teléfono se quedó sin cigarrillos, y el balcón está en marcha
Y el piano ha estado bebiendo, no yo, no yo
The Piano Has Been Drinking (Not Me)…Cómo no…no podía ser otro…Tom Waits.
