Toda pandilla tiene su templo. Su lugar de culto, de reunión. Donde juntarse las noches del fin de semana. Donde hacer los deportes preferidos esos años: hablar, bailar, beber, reir… Nosotros también tuvimos nuestro particular templo en la noche madrileña.
Hoy dedicamos este programa a La Comedia. Y no. No me refiero al género que te hace reir. Tampoco al teatro La Comedia de la calle Príncipe en Madrid. Aunque nuestra Comedia sí tiene relación con este teatro.
Y es que hasta hace unos años, en la misma calle Príncipe y junto a ese mismo teatro (que todavía afortunadamente sigue en pie) había un bar. Un bar llamado así. La Comedia.
Para muchos, seguramente, un bar más. O un bar cualquiera. Para nosotros (Juan, Abraham… también Guillermo estaba por allí… y yo) no era ni mucho menos un bar cualquiera.
Era nuestro bar. Ese templo al que durante muchas noches estuvimos acudiendo como auténticos feligreses. Sí, puede que para mucha gente tuviera lo que tenían y tienen tantos bares en tantos sitios. Un portero en la puerta. Una barra. Unos camareros que te servían la bebida que les pidieras. Una sala para bailar al fondo. Y unos servicios bajando las escaleras. Aparentemente nada original.
Pero lo que nos cautivó de este sitio desde el primer momento fue la música. Esa música. Ese funky, hip-hop, soul, rap… esa música negra. A secas. Negra. Ese y no otro era el brebaje que nos hacía volver cada noche. Y esperar al amanecer embriagados.
Hoy queremos homenajear a ese bar La Comedia, por desgracia ya desaparecido, al que acudíamos como auténticos fieles, noche tras noche.
A ese pinchadiscos o DJ que enlazaba uno tras otro los mejores temas de funk y hip-hop que triunfaban en aquella época. La verdad es que nunca entablamos relación, ni mucho menos amistad. Ni siquiera recuerdo cómo era. Es probable que su pasotismo hacia nosotros fuera inversamente proporcional al caso que sí hacía a las chicas que se atrevían a bailar en la pista. Mira, en eso nos parecíamos.
Este es un homenaje a Angel. Ese sí, con su nombre propio y su correspondiente saludo siempre al entrar. Ese portero, que no era desde luego cualquier portero. Sí. Puede que su apariencia fuera la habitual en esa profesión de barrera inaccesible que te franquea la entrada de los sitios. Ese hueso duro de roer que tiene en su voluntad la primera y la última palabra sobre si puedes o no entrar en un sitio. Sobre si tus zapatillas son las adecuadas para lucir en el garito.
Sí, puede que Angel diera esa imagen. Pero qué poco duró esa apariencia. Qué pronto se convirtió en otro colega más con quien charlar largos ratos. Ese Angel con quien acabamos una noche cenando gazpacho a las tantas en un oscuro Parque del Retiro. Cuando el Retiro no cerraba sus puertas en un Madrid sin miedos ni censuras. Ese Angel portero con quien podías hablar de filosofía, política o, sobre la vida, así en líneas generales.
En La Comedia sonaba y triunfaba la música de cualquiera que supiera apretar los tornillos y las teclas necesarias para hacerte bailar. Para hacerte sentir especial en la pista de baile. Como el jamaicano Ini Kamoze. Uno de esos llamados “one hit wonder” en inglés. Autores de un único éxito. En su caso el Here Comes the Hotstepper con el que hemos arrancado PLAYJUKEBOX.