Y para los que escucháis hoy por primera vez la sección, que seguro que los hay, ¿cómo os resumo yo el espíritu de estas nuestras cartas desde antes del rock en breves palabras?
O, aún más, para los que me habéis acompañado desde el principio, ¿cómo concluyo yo este viaje? ¿qué os digo para que quede grabado como despedida para toda la eternidad o todo el olvido?
Demasiada responsabilidad para un caradura musical, un pícaro o buscón que se ha perdido trompeta en ristre en los tugurios de épocas pasadas llenas de genialidad y autenticidad buscando, tal vez como todos, una salida al sin sentido de la existencia o de la inexistencia para ser más precisos. Las cosas que fueron y ya no existen. O las que realmente nunca han existido. Precisamente ahí radica, creo yo el verdadero valor de nuestro viaje.
Nos hemos lanzada sin miedo, de forma suicida, y hemos escuchado sin entender de límites ni fronteras, temas ebrios, canciones locas, poetas cuerdos y negros casi todos ellos, grandes talentos que han conquistado el mundo y músicos pequeños que han sido olvidados. Nunca nos ha detenido nada, no le hemos dado la espalda a nada ni a nadie. Hemos abrazado todas las músicas, estilos e instrumentos.
Y esto me recuerda, cómo no, al propio cine, al cine mismo en sus orígenes, en sus albores y como fue capaz de abrazar el jazz y el musical, y el vodevil y también el fascismo, la épica supremacista o qué sé yo, la pintura, la era industrial, la lucha obrera o la necesidad de reír y olvidar. Sí, nuestro viaje ha sido como el cine en sus albores.
Vamos a escuchar Bird in a Gilded Cage, compuesta por Arthur J. Lamb y Harry Von Tilzer en el año 1900 interpretada al estilo cine mudo por el inefable Al Webber.