En 1935, Benjamin Button tiene 17 años pero aparenta más de 60. Sufre una extraña vejez prematura, pero cada día que pasa es un poco más joven. En cierto sentido él también viaja hacia atrás en el tiempo, como nosotros. La película, dirigida por David Fincher en 2008 y protagonizada por Cate Blanchet y Brad Pitt adapta libremente un relato de Francis Scott Fitzgerald escrito en 1922, publicado en la recopilación Tales of the Jazz Age, cuentos de la era del jazz. Podría decir que esta vez es por Olivia, mi hijita linda y por Julia, mi bebé, y la sensibilidad a flor de piel que ellas me producen, pero la verdad es que no tengo excusa. Lloro cada vez que veo la película, y la veo por lo menos una vez al año.
El film narra la vida de Benjamin, y al mismo tiempo la historia de Nueva Orleans, desde el final de la primera guerra mundial hasta el Katrina. Es también la historia de un siglo de américa. Desde la juventud senil de Benjamin, hasta su vejez nonata. Pero sobre todo trata del tiempo. Cada secuencia, cada plano, cada diálogo y cada personaje nos hace mirar, a través de un cristal construido con sutil poesía, nuestro propio reflejo en el tiempo. Como Bejamin navegamos por el tiempo, hacia un destino marcado, un lugar que siempre nos han hecho creer que es algo seguro, lógico, controlado y gobernado. Estudia esto y estarás a salvo, te irá bien. Toma estas decisiones que te marco y verás que tendrás éxito y trabajo y dinero y una buena vida. Todo está escrito. Todo está claro. ¿Pero esto es así?
Esta es la carta que Benjamin Button escribe a su pequeña cuando se ve forzado a abandonarla.
Si te sirve de algo, te diré que nunca es demasiado tarde, o en mi caso, demasiado temprano para ser quien quieres ser. No hay límite de tiempo. Empieza cuando quieras. Puedes cambiar o quedarte igual. La vida no tiene reglas. Podemos aprovecharla o desperdiciarla.
Espero que la aproveches. Espero que veas cosas que te asombren. Espero que sientas cosas que nunca habías sentido. Espero que conozcas gente con otro punto de vista. Que vivas una vida de la que estés orgullosa. Y si descubres que no lo estás, espero que tengas la fortaleza para volver a empezar de nuevo.
La banda sonora corre a cargo del estupendo Alexander Desplat, pero incluye, como no podría ser de otro modo, algunos temas de jazz especialmente interesantes. Uno de ellos está compuesto e interpretado por el matrimonio Billie y Dede Pierce. Willhemina Madison Goodson, Billie Pierce nació en Florida en 1907 y a pesar de la desaprobación de sus religiosos padres, que odiaban el ragtime, el blues y el jazz, expresiones según ellos, pecaminosas, rebeldes y endiabladas, Billie, con solo diez años y acompañada de sus hermanas, viaja hasta Belmont Theatre para escuchar a Ma Rainey, Ida Cox y Bessie Smith cuando ellas pasan por Pensacola. Una de esas veces, Clarence Williams el pianista de Bessie Smith sufre un problema de salud, y con trece años, Billie la sustituye en el Belmont dos semanas completas.
A los 15 años Billie ya es pianista profesional. El segundo bombazo de hoy está interpretado por Billie y su marido Dede Pierce, con quien contrajo matrimonio en la St Peter Claver Church de Nueva Orleans en 1935 y esta vez sí se trata de un verdadero blues, cargado y espeso, con un sabor arrastrado y meloso del delta del Mississippi, de cadencia profunda y mantenida, que sin embargo posee una evolución y un juego final de voz y metales que sin ser explosivo, es algo vibrante, jugoso y bastante único, puro, donde uno puede sentir Nueva Orleans en cada fraseo y donde aunque tu vengas de ese lado, y ella de ese otro, puedes uno encontrarse con ella en medio de la pista.
