En mi vida ha habido muchas primeras veces. Y muchas asociadas a alguna canción, algún grupo o cantante o a algún estilo musical.
Me preguntaba yo esta semana cuál había sido el primer concierto en directo al que había asistido en mi vida. ¿Y sabes qué pasa? Que no me acuerdo. Pero no porque me falle la memoria. No. No me acuerdo porque era muy pequeño. Y no sabía quién era esa gente que estaba encima del escenario.
Los primeros conciertos a los que asistí en mi vida eran conciertos de jazz. Y yo era un niño pequeño que acudía con su padre a esos conciertos, con los oídos bien abiertos y los ojos de fascinación.
Yo era un niño que al pasar por el pasillo o al entrar en los auditorios, generaba miradas de asombro de otros adultos. ¿Qué hace un niño tan pequeño en una cosa tan de mayores? Además, en esa época, tan de mayores, señores (mayoría) con actitud de “somos gente seria y sesuda”. Mucha barba. Mucha pipa. Muchas gafas de monturas gordas. Que se note que somos intelectuales.
Y allí estaba yo. Fascinado. Escuchando cómo esos músicos sacaban esa música tan agradable. Quedándome a veces dormido cuando el ritmo bajaba demasiado. Pero bailando irrefrenablemente cuando había marcha. “Más marcha” le pedía a mi padre.
Y él, que sabía cómo hacer que su hijo pequeño quedara atrapado por la música, me llevaba a conciertos de todo tipo de jazz. Pero, sobre todo, empezó con las grandes orquestas. Esa fórmula que, entonces yo no lo sabía, recibí el nombre de Big Band en inglés.
Un grupo de músicos, con muchos instrumentos de viento, que tocaban melodías pegadizas. Que lograban que esos señores tan sesudos y serios que formaban el público, se soltaran un poquito y hasta dieran palmas siguiendo el ritmo. Yo no es que diera palmas. Yo me levantaba de mi asiento porque no podía más. Y me ponía a bailar enmedio del pasillo. Y me daba igual que la gente me mirara. Cielos. Era imposible permanecer parado con esa música sonando a todo volumen. Con esa banda dándolo todo. Esas trompetas, trombones, batería buceando en los antepasados de la música negra.
Yo no sé cuál sería mi primer concierto. Pero sí sé que uno de ellos (o varios) fueron de una de estas bandas alucinantes llamadas Big Band que, curiosamente, no venía de Nueva Orleans, ni de Nueva York. Qué va. Venía de… Dinamarca.
The Danish Radio Big Band. Así como lo oyes. Es una de esas formaciones que a día de hoy sigue apostando por una fórmula nada fácil de mantener con el tiempo. Una orquesta con numerosos músicos. Que sigue recetas clásicas y costosas de llevar a escena. Imagina lo que debe costar sacarles de gira a toda esa formación de músicos al completo.
No sé qué canciones escucharía por primera vez. Pero seguro que sonarían parecidas a la que vas a escuchar ahora. Un tema que arranca con golpes secos y certeros rítmicos. Que después te invita a relajarte y hasta confiarte para acabar otra vez deseando, como mínimo, mover los pies.
Esto es Stompy Jones con The Danish Radio Big Band