El verano vino y se fue
El inocente nunca puede durar
Despiértame cuando termine septiembre
Como le ha venido a ocurrir a mis padres
Siete años han pasado tan rápido
Despiértame cuando termine septiembre
Aquí viene la lluvia otra vez
Cayendo de las estrellas
Empapando mi dolor de nuevo
Convirtiéndonos en lo que somos
Mientras mi memoria descansa
Pero nunca olvida lo que perdí
Despiértame cuando termine septiembre
Toca las campanas de nuevo
Como hicimos cuando llegó la primavera
Despiértame cuando termine septiembre
Esto es lo que dice una canción que habla de este mes, de septiembre. Un mes que siempre me pareció algo cruel y que en tiempos de dorada juventud he de reconocer que odié profundamente.
Septiembre era el mes que separaba a los jóvenes enamorados en algún lugar lejos de sus casas. Septiembre es el mes que nos recoloca en la realidad con un asesinato premeditado y a sangre fría de un verano que finalmente agoniza en el calendario. Para los que suspendíamos en el instituto, era el mes en el que te batías en un duelo al sol con una sola bala en tu pistola, un solo examen que significa el todo o la nada.
Septiembre es ese mes en que todas las piezas vuelven a encajar en el terrible orden y forma de la rutina diaria, de ese ciclo interminable llamado horario de oficina. En septiembre, el sol tiene prisa.
Quizá ahora ya no, pero cómo he odiado esa hoja del calendario llamada septiembre, por tanto tiempo. Así que, despiértame cuando termine septiembre.